Israel, patria del pueblo elegido de Dios. Donde religiosos y laicos se apartan

Israel, patria del pueblo elegido de Dios. Donde religiosos y laicos se apartan, se enclaustran en sus respectivas certezas y alzan cada vez más altas las murallas de desprecio los unos hacia los otros. Aunque ambos bandos pisen a diario la misma tie- rra. Es una tierra santa, así se halla escrito en el Libro de los libros. El Eterno se la prometió a la descendencia de Abraham y de Israel, y hasta don- de yo sé, no especifico preferencia por ninguna tendencia política o religiosa. Pronto vendrá a buscarnos Shlomo, el guía turístico y chofer que nos llevará, a mis padres y a mí, hacia Yerushalaïm, a la casa de mi amiga de la infancia, a quien no veo desde hace veinte años, cuando am- bas abandonamos Marruecos, nuestro país natal. Ella emigró a Paris donde prosiguió sus estudios y después hizo Aliá, mientras yo acompañé a mi fa- milia a Caracas, donde me encuentro ahora escri- biendo en honor a nuestro reencuentro. Una intensa emoción se apodera de mí ante la ex- pectativa de volverla a ver. Vive en la ciudad nue- va, en un barrio recién construido, de piedras ama- rillas que resplandecen a la puesta del sol. Es una Tel Aviv, año 1994. Una joven se pavonea por la calle Dizengoff de Tel Aviv, un cigarrillo colgándole de los labios. Panta- lón tejano rasgado sobre la pierna, camiseta pegada al cuerpo, son el atavío que para nada desentona con el cabello desaliñado. Cerca de ella acelera el paso un judío ortodoxo, sus peiot se agitan con la prisa, tras lanzarle a la mujer una mirada tan negra como su vestimenta. Ella ni siquiera le devuelve el gesto de desdén. Los peatones siguen caminando naturalmente por las calles atiborradas de buhoneros rusos, gentes entran y salen de las numerosas tiendas, sin sospe- char que unos cuantos meses después el estallido de una bomba en ese mismo lugar sembraría el pánico y destruiría irremediablemente las vidas de los pa- santes. Sentada en un banco de la plaza Dizengoff, me dejo ensimismar por los colores en movimiento de la escultura de Yaacov Agam, en el centro de la fuen- te. Colores vívidos, rojo, verde y amarillo, se ofre- cen a mi vista, mientras creo observar, también, una escena más de la escalofriante brecha que se ha ido abriendo a fuego vivo en la Israel moderna. urbanización de gente datí. Shlomo se encuentra encantado con su rol de intérprete de los conflictos que aquejan a la población israelí. Además, parece haber encontrado en nosotros un buen blanco para disparar su artillería antirreligiosa. Durante todo el recorrido Tel Aviv-Jerusalén, nos dispenso genero- samente toda clase de explicaciones sobre “el desastre nacional causado por los ortodoxos”, su posición acomodaticia ante su participación en el ejército y su desdén hacia el trabajo. Ya verás-, me dijo, apuntándome con aplomo -, que el marido no está en casa y los niños son raros por- que solo tratan con los del jéder. Estos religiosos no trabajan, viven del gobierno porque estudian todo el día y jamás tienen tiempo para jugar con los hijos. Mi amiga yo crecimos juntas, estudiamos juntas y soñamos juntas en la pequeña ciudad de Tetuán, integrada por una presencia judía que fue reducién- dose considerablemente, hasta contar a penas 1000 miembros a principios de los años 70. Fue una vida sencilla, la de nuestra niñez. Había dos salas de cine, unas cuantas calles por las que paseábamos y comíamos helados en “La Glacial”, la biblioteca donde alquilábamos los libros que nos abrían una ventana al mundo de las ideas y de los grandes pensadores. Pero sobre todo, estaba la es- cuela de la Alianza Israelita Universal. Allí cursa- mos toda la primaria y parte de los estudios secun- darios, hasta que, al ser clausurada por escasez de alumnos, se creó un internado en la Alianza de la ciudad Tánger, donde permanecíamos durante los días de colegio, volviendo todos los fines de sema- na a casa. Ese hecho fortuito vino a incrementar nuestra ya sólida amistad, de esas que no se pueden disolver porque fueron gestadas en la edad de la pureza y consistieron en el inolvidable placer de descubrir la vida juntas. Una vida pueblerina pero imbuida de amor al estudio. Tres culturas configuraron nuestra identidad. Vivía- mos en un país musulmán y por lo tanto nos im- pregnamos del árabe en su forma escrita y oral, de la devoción hasta el límite del fervor religioso, filo- sa condición pronta a degenerar en el fanatismo. Luego estaba la cultura española que corría por nuestras venas – ¿desde hacía cuantos siglos atrás? –, legada por nuestros ancestros sefardíes expulsa- dos de su patria durante la Inquisición, y que flore- ció inusitadamente en Marruecos bajo protectorado español. Pero sobre todo, amábamos la influencia francesa que recibíamos en la Alianza. Cursamos toda nues- tra educación primaria y secundaria – hasta el bre- vet, en tercer año –; estudiamos la historia y la geo- grafía francesas, la literatura francesa y las materias científicas según el pénsum francés. ¿Pero, como puede una niña judía de Marruecos pensar en francés si al mismo tiempo fue enseñada a sentir en otro idioma? ¿De qué manera conciliar la idea de emancipación con el arraigo a una tradición milenaria, en nuestro caso basada en creencias religiosas inconmovibles? Caminando en las calles de Tetuan T e vuelvo a ver, después de veinte años. Me abres la puerta de tu casa y te re- conozco al instante. A pesar de tu ves- timenta religiosa, de tu cofia y de tu peluca, de tus ocho hijos rodeando tu cintura, si- gues siendo mi amiga fiel. ¿Recuerdas? Solíamos sortear juntas las opciones de nuestro futuro. ¿Iríamos a Yeshiva University, o encontraríamos al príncipe azul en Paris, destino común al termi- nar el ‘brevet’y entonces nos casaríamos permane- ceríamos felices en la ciudad del amor? Tú te en- cargabas de hallar el sentido común entre nuestros proyectos adolescentes. Definitivamente, partirías a Paris después de cursar l’ENIO (Ecole Normale Israélite Orientale) y al término de tus estudios superiores. Siempre fuiste la más austera del grupo; y la más firme en sus creencias .¿Acaso no reconozco la tenacidad de siempre en tu mirada? Con Jerusalén soñaste y en Yerushalaïm te encuentras. Perseguis- te el camino marcado desde el pupitre de nuestro recinto frio y rudimentario donde se gestaron cien- tos de sueños, y cuya sede sirve ya a otros fines. Del abanico de posibilidades que cada quien se plantea, fuiste abandonando senderos hasta llegar a la conclusión de una vida de observancia religio- sa era la mejor elección. Y tú, eres de las que, una vez hecha la escogencia, se sumerge sin límite y con toda la devoción de la que eres capaz. ¿Cómo olvidar tus excelentes calificaciones en el colegio? Cuando estudiabas, entrabas de lleno en la mate- ria y no te separabas de tus cuadernos hasta haber dominado el tema. Cierto, tu y yo éramos las alumnas predilectas del director, Monsieur Benabou, celosas de nuestros exámenes y citadas por todos los profesores como ejemplo de buenas alumnas y de buenos modales. Pero aun así, siempre fuiste la numero uno. Me invitas a sentarme en el sofá y me ofreces un té con dulces. Noto que uno de tus hijos esta rebosan- te de alegría mientras juega junto al mío, con una gran pelota de colores. Sin embargo, lo observa con incredulidad. Cuando le dirige la palabra en hebreo, le dice “at” pronombre de segunda perso- na del género femenino. Una sonrisa en los labios, me explicas, condescendiente: _ Es que no está acostumbrado a ver niños sin kipà, por eso cree que tu hijo es una niña…. Como se bifurcaron nuestros caminos! Te declaras completamente feliz y realizada y yo te creo Además no podría, porque en mi mente revolotean mil imagines atropelladas que tu presencia me ha- cen evocar. Nuestras carreras para llegar tem- prano a la escuela, ambas ataviadas con pañuelos en la cabeza para protegernos del frio y las carca- jadas cuando el viento obstinado nos quería des- prender de ellos. La forma en que modulábamos la palabra “frugal”, que para ti poseía una resonan- cia especial y te fascinaba pronunciar. La obra de Molière que interpretamos juntas, donde yo era el enfermo imaginario y tú el médico .O el día en que pronunciaste un discurse ante el gobernador de Marruecos, con tu impecable dicción en árabe y tu perfecta memorización del texto. ¿Qué me pides que te cuente, que tus brazos y rodi- llas cubiertas, que tu peluca tocada de una gorra, Carta a mi amiga de la infancia Carta a mi amiga de la infancia Carta a mi amiga de la infancia que tu manto de religiosidad, me permitan expre- sar? ¿Qué podría yo decirte que no suene a tus oí- dos a vulgaridad y fantasía? Pues bien, te diré que me gustan las clases de aeróbicos, que me encanta ir de tiendas y que me ocupo de vender ropa. uploads/Geographie/ carta-a-mi-amiga-de-la-infancia-pdf.pdf

  • 22
  • 0
  • 0
Afficher les détails des licences
Licence et utilisation
Gratuit pour un usage personnel Attribution requise
Partager