EL DESCUBRIMIENTO DEL SÁNSCRITO: TRADICIÓN Y NOVEDAD EN LA LINGÜÍSTICA EUROPEA

EL DESCUBRIMIENTO DEL SÁNSCRITO: TRADICIÓN Y NOVEDAD EN LA LINGÜÍSTICA EUROPEA Alberto Bernabé Pajares Universidad Complutense ArribaAbajoEl «giro del sánscrito» Es ya un tópico en la mayoría de los manuales de historia de la lingüística la afirmación de que el descubrimiento del sánscrito por parte de la ciencia europea condicionó de un modo decisivo el espectacular desarrollo de la lingüística histórica y comparada del siglo XIX. El conocimiento del sánscrito por los lingüistas de Occidente vendría así a convertirse en la puerta de entrada a la Lingüística con mayúsculas, antes de la cual sólo habría especulaciones de corte logicista, desbordada imaginación para la etimología y acumulación más o menos desordenada de datos en manos de una legión de aficionados, carentes de método alguno, entre los cuales unos pocos privilegiados habrían alcanzado a vislumbrar aquí y allá algún que otro atisbo de verdad perdido en la hojarasca de los errores o las improvisaciones. Corresponde el honor de haber abierto esa puerta de entrada a un funcionario de Su Majestad Británica, al juez de Calcuta Sir William Jones, quien en una comunicación a la Royal Asiatic Society de Calcuta, en 1786, incluía un párrafo revelador, reproducido en todas las historias de la lingüística, en el que, tras pregonar las excelencias de la lengua sánscrita, apuntaba la posibilidad de un parentesco entre ella y el griego, el latín y las lenguas germánicas. El efecto beneficioso del descubrimiento del sánscrito sobre la ciencia europea, siempre según la opinión común de los historiadores de la cuestión, habría sido doble. De un lado, habría abierto rápidamente paso al fulgurante y rápido desarrollo de la lingüística, al brindar una nueva lengua, emparentada con las clásicas tradicionales (griego y latín) y con las lenguas cultas europeas, lo que favorecía la constitución de la hipótesis indoeuropea y, por ende, la configuración de los métodos de la lingüística histórica y comparada. De otro, habría puesto ante los ojos atónitos de los lingüistas occidentales la sabiduría secular de los gramáticos indios, que habían logrado elaborar una gramática de alto nivel y sobre bases muy distintas de las que habían configurado la lingüística europea, esto es, las postuladas por los gramáticos griegos (cf., por ejemplo, Leroy, 1969: p. 27; Robins, 1974: p. 135; Meillet, 1937: p. 456). Los tópicos siempre tienen, claro está, su parte de razón, pues de no ser así no se admitirían con tanta facilidad, pero la ciencia no puede edificarse sobre la base de los tópicos. No es por ello extraño que en los últimos años se hayan alzado una serie de voces discordantes ante este planteamiento de los hechos y se haya avanzado bastante en el esfuerzo por cerrar esta brecha fronteriza entre el XVIII y el XIX (particularmente significativo en este contexto Hymes, ed., 1974). En otras palabras, tanto en estudios parciales como en otros de corte más general, se tiende a una valoración más positiva de los precedentes y pioneros de los siglos XVII y XVIII y a una consideración menos «revolucionaria», más continuista, del XIX, hasta el extremo de que algún historiador de la lengua ha llegado a tildar de «falacia de la historia de la lingüística» y de fable convenue la sobreestimación del XIX (Hoenigswald, 1974: p. 346). Ya que la Sociedad de Lingüística tomó el acuerdo -el buen acuerdo- de que en el XII Simposio se volviera la vista a la historia de nuestra ciencia para tratar de iluminar nuestro presente con las viejas aportaciones, creo que es buena cosa que nos asomemos a los albores de la lingüística moderna en un intento de ponderar el influjo real que tuvo el descubrimiento del sánscrito en Europa, cuestión indisolublemente unida, por todo lo que hasta ahora he expuesto, al problema de si la lingüística decimonónica significa una verdadera revolución respecto de la del siglo precedente. ArribaAbajoAlgunas confusiones sobre la cuestión Antes de avanzar por este camino quisiera poner de manifiesto que hay una cierta confusión de principio que enturbia no poco la claridad de ideas respecto de esta cuestión. Me refiero a la forma como se entremezclan con demasiada frecuencia conceptos afines y que en el XIX marchan juntos, pero que no son necesariamente indisolubles. Se piensa que comparación lingüística es sinónimo de gramática comparada y ésta de gramática histórica, y que todo ello es asimismo inmediatamente solidario de una concepción científica del cambio lingüístico que permite una etimología científica y, por ende, la reconstrucción lingüística. La confusión en la práctica de todos estos elementos, que se hallan, desde luego, presentes en la última lingüística decimonónica, en los Neogramáticos, por ejemplo, pero que ni se ponen en marcha todos a la vez, ni todos por primera vez en el siglo XIX, ni todos por causa del descubrimiento del sánscrito, hace que se pueda llegar en ocasiones a posiciones sumamente peregrinas. Así por ejemplo en el excelente tratado de Mounin (Mounin, 1968), se analizan de forma breve, pero lúcida, las aportaciones de los siglos XV al XVIII y especialmente el desarrollo durante el siglo XVIII «de la actitud (se refiere a la histórica), cada día más firme, que va a desembocar en la gramática comparada del siglo XIX» (Mounin, 1968: p. 152). Obsérvese cómo se afirma que una actitud histórica propicia un método comparado como hechos naturalmente correlativos. Con todo, el capítulo dedicado al siglo XIX comienza con un apartado titulado «El giro del sánscrito» (160), en el que se afirma que «la toma en consideración del sánscrito es sin discusión posible el hecho principal de los años 1786 a 1816». Tras esta rotunda afirmación, el autor reconoce, primero, que el contacto de los lingüistas europeos con la excelente descripción articulatoria de los gramáticos hindúes no tiene influencia inmediata sobre la observación fonética (160); luego, que el contacto de la joven lingüística europea con la morfología «transparente» del sánscrito tampoco revoluciona su reflexión gramatical (161); más tarde, que la descripción de lenguas ignora también en el cambio de siglo el descubrimiento del sánscrito (163), para terminar diciendo (163) que «a decir verdad, el hecho, importante de la época no es el descubrimiento del sánscrito». Sorprendente. ¿Dónde está, pues, el «giro del sánscrito»? Todo parece como si Mounin tuviera la idea de que la lingüística decimonónica es un desarrollo natural de la del dieciocho, de modo que la referencia al «giro del sánscrito» es una concesión a lo comúnmente admitido, al tópico. Ante este conflicto entre la consideración de la lingüística decimonónica como heredera de la del XVIII o como «revolucionaria», a partir del detonante del descubrimiento del sánscrito, me parece interesante tratar de analizar cuánto hay de lo uno y de lo otro: cuantificar en lo posible lo que esa lingüística pionera del XIX debe al descubrimiento del sánscrito y cuánto a la tradición europea. Para ello creo que el método más seguro es huir de la confusión metodológica a la que antes me he referido, de meter en un mismo saco elementos tan dispares como la tradición lingüística hindú, la gramática comparada, la comparación lingüística, la lingüística histórica, la concepción científica del cambio, la etimología científica o la reconstrucción de lenguas perdidas. Intentaré poner un cierto orden metodológico en este revoltijo y trataré de valorar lo que hay de tradición y lo que hay de revolucionario dentro de cada uno de estos apartados. ArribaAbajoFilología y acopio de materiales Ante todo, antes de pasar a examinar desarrollos de metodologías creo importante destacar que hay dos componentes importantes para el desarrollo de la lingüística decimonónica, que proceden claramente del siglo anterior y sin los cuales ésta no habría sido sencillamente posible: el auge de la filología y el interés por el acopio de materiales lingüísticos. La filología ha sido tradicionalmente motor de la lingüística: no olvidemos que los gramáticos griegos surgen de los filólogos que tratan de hacer inteligible a Homero, igual que el interés de Schlegel era aún el de conocer «la lengua y la sabiduría» de los indios, como reza el título de su conocida obra (Schlegel, 1808). Fue pues el interés por los textos antiguos, promovido por una inclinación hacia la historia, el que motivó la necesidad paralela de conocer suficientemente las lenguas en que estaban escritos los viejos textos. Las novedades respecto a las grandes filologías tradicionales, es decir, la grecolatina y la hebrea, serán fundamentalmente dos: una, el interés despertado por el desarrollo de los nacionalismos hacia la búsqueda de señas de identidad en los testimonios escritos del pasado, lo que promueve el estudio, por ejemplo, de las lenguas germánicas antiguas. Otra, y posterior, será la admiración por la sabiduría de Oriente, que no se manifiesta sólo en la que producirán los textos indios; piénsese en la expedición bonapartiana a Egipto a comienzos del siglo y en el revuelo despertado con la publicación en 1824 del Précis de Champollion, que abría las puertas a la comprensión de los textos egipcios. Como apunte adicional hay que señalar que, además de promover su desarrollo por el interés que despiertan los viejos textos, la filología ha legado a la lingüística algunos logros metodológicos, uploads/Geographie/ el-descubrimiento-del-sanscrito.pdf

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