Lexis XXVIII. 1-2 (2004): 273-309. Murúa y sus etimologías toponímicas Rodolfo
Lexis XXVIII. 1-2 (2004): 273-309. Murúa y sus etimologías toponímicas Rodolfo Cerrón-Palomino Pontificia Universidad Católica del Perú L'étymologie populaire est un instinct qui vit plus ou moins chez tout étre parlant, I'étymologie historique au contraire est une science qui ne peut étre que le privilege d'un petit nombre. von Wartburg ([1946] 1963: 6, 136) O. Propósito. Al discurrir sobre las ciudades principales y villas del "reino del Perú", el cronista Murúa proporciona la etimología de los nombres de buena parte de ellas (cj Murúa [1613] 1987: Libro III). En el presente trabajo, luego de formular algunas consideracio- nes generales en torno a la disciplina etimológica en general, así como su aplicación en la onomástica andina del modo en que se la ha venido practicando sobre todo en los análisis toponímicos, ofre- ceremos una evaluación de las etimologías proporcionadas por el historiador mercedario. El examen de dichas interpretaciones será ocasión para formular propuestas novedosas respecto del significado de algunos de los topónimos estudiados. l. Generalidades. La etimología es la disciplina que estudia el origen de las palabras tanto en su forma como en su significado prístinos. Como tal, responde a una de las más antiguas preocupa- ciones del hombre consistente en averiguar los elementos significa- tivos de que se compone toda lengua. Nacida formalmente en con- sonancia con las disquisiciones filosóficas en torno al origen del lenguaje, tal como se puede ver en los diálogos platonianos del Cra- tilo, su práctica fue ininterrumpida desde entonces, pasando por la Antigüedad, acentuándose en la baja Edad Media, tornándose erudi- 274 Lexis XXVIII.! y 2 ta en los tiempos modernos y perfilándose como una disciplina rigu- rosa en la edad contemporánea. Cultivada por humanistas, eruditos y enciclopedistas, ella permaneció sin embargo más bien como un arte antes que como ciencia hasta por lo menos la segunda mitad del siglo XIX. Con el desarrollo y establecimiento de la lingüística histórica, que se constituyó en ciencia luego del descubrimiento de la naturaleza sistemática y estructurada del lenguaje, propiedad ma- nifiesta en el carácter regular de los cambios fonéticos, la etimología adquiere una de sus más preciadas herramientas metodológicas que en adelante le otorgará el rigor necesario para constituirse en una tarea científica libre de especulaciones y fantasías caprichosas que habían hecho de ella una práctica devaluada por ingenua y fanta- siosa. Gracias a dicho impulso científico y metodológico, toda averi- guación acerca del origen de las palabras de una lengua debía ajus- tarse a ciertos requisitos de forma y significado establecidos por la ciencia del lenguaje. De acuerdo con tales principios fundamentales ni los significantes de una palabra pueden explicarse de manera caprichosa ni su significado debe interpretarse de modo antojadizo. Y si la lingüística histórica se ocupa de la reconstrucción, clasifica- ción y evolución de las lenguas, tomando en cuenta la direcciona- lidad de las innovaciones lingüísticas, la etimología, como disciplina integrada de aquélla, procura estudiar, con mayor precisión y objeti- vamente, los cambios de forma y significado, en especial en aquellos aspectos residuaíes e idiosincráticos que no siempre son pasibles de explicarse a partir del conjunto de cambios regulares develados por el trabajo del lingüista histórico. Ahora bien, el excurso apretado del desarrollo de la disciplina eti- mológica, tal como lo acabamos de ofrecer, corresponde a su consti- tución científica alcanzada en Occidente. Por lo que toca a su desa- rrollo en el área andina, sin embargo, ella permanece aún postrada en medio de una práctica que linda en el capricho y la fantasía de sus cultores, por lo general aficionados, aunque no falten también entre éstos especialistas de otras áreas, si bien huérfanos de toda información lingüística elemental. De esta manera, actuando como en tiempos de San Isidoro de Sevilla, 1 nuestros científicos sociales, 1 Para muestra, véase la siguiente explicación que da el santo filólogo del hidrónimo de la antigua Mesopotamia: "El Tigris es un río de Mesopotamia; tiene su nacimiento en Cerrón • Murúa y sus etimologías toponímicas 275 en especial los etnohistoriadores de la corriente estructuralista, se apuran en proporcionarnos interpretaciones etimológicas de concep- tos e instituciones propias del mundo andino lindantes muchas veces en el delirio. Dicha práctica es el resultado de la poca o nula aten- ción que tales investigadores prestan a los estudios de lingüística his- tórica andina, que en el último cuarto del siglo pasado adquirieron una verdadera madurez científica, primeramente la quechuística, y la aimarística después. En efecto, por lo que respecta a estas últimas disciplinas, hoy se conoce mejor la historia y evolución de nuestras antiguas lenguas mayores: el quechua y el aimara. Siendo así, forzo- so es reconocer que no se puede emprender una disquisición etimo- lógica seria al margen de tales conocimientos. Ello, porque la expli- cación del origen de las palabras requiere, en primer término, del manejo de las reglas y principios que subyacen a la evolución de tales lenguas. Debe quedar claro entonces que toda interpretación hecha al margen de la lingüística deviene ilusoria cuando no inge- nua. 2. Etimología popular y etimología científica. Como se dijo, la curiosidad por averiguar el origen y la motivación de las palabras, y más específicamente de los topónimos o nombres de lugar, es una constante universal propia del hombre. Ello obedece, sin duda alguna, a su natural inquietud por darle sentido al mundo que lo rodea, sea éste de orden material o cultural. Dentro de su universo cultural, el lenguaje ocupa ciertamente un papel central, en la medida en que ella lo singulariza, separándolo del resto de los orga- nismos vivientes, como el único dentro de la especie dotado de la facultad de habla. Este atributo, que históricamente adquiere su mejor concreción en las distintas lenguas del mundo, es la misma herramienta que le permite al hombre reflexionar sobre su propio universo lingüístico. Ejemplo de esta reflexión metalingüística, natu- ral y espontánea, es precisamente la inquietud manifiesta en el in- tento por explicar el significado de las palabras, sobre todo de aque- llas que, por su naturaleza especial, concitan la atención de los usuarios de una lengua. En efecto, no es por lo regular el léxico el paraíso y, cruzado por territorios asirios, desemboca en el mar Muerto después de dar numerosos rodeos. Se le conoce con semejante nombre a causa de su velocidad, porque corre con una rapidez semejante a la de un tigre" (Isidoro de Sevilla [625] 1993: Libro XIII, § 21, 9, 157). 276 Lexis XXVIII.l y 2 general sino el particular el que atrae la mirada del espontáneo, y dentro de este sector, es el de la toponimia el que particularmente lo seduce. Pues bien, la reflexión espontánea en materia toponímica a que es proclive todo ser humano tiene evidentemente serias limitaciones. En efecto, en la historia del desarrollo de la disciplina etimológica tales lucubraciones caen inevitablemente dentro de lo que se conoce con el nombre de etimología popular. En líneas generales, caracteriza a ésta el intento por establecer asociaciones formales y deducciones semánticas entre un término, casi siempre de naturaleza aislada y oscura, y otro de empleo más familiar y corriente en la lengua del etimologista aficionado (cf Malkiel 1993: 19). Sin embargo, ocurre por lo regular que la palabra que se quiere explicar o interpretar no es propia de la lengua conocida del hablante, por lo que la relación formal y la asociación semántica que se establece entre ella y la que le es familiar en su idioma resultan forzadas y subjetivas. El espejis- mo de la supuesta relación formal-semántica que el espontáneo esta- blece entre palabras históricamente ajenas entre sí, en su afán por explicar la etimología de los topónimos, obedece a que tal asocia- ción se hace al margen de la historia, es decir desde una perspectiva puramente sincrónica, como si la lengua de uso corriente bastara para explicar el origen de toda palabra, cuando sabemos que el léxico alberga términos de distinta procedencia idiomática. De esta manera, la etimología popular se contenta con establecer motivacio- nes imaginarias, que pueden llegar a ser seductoras y hasta poéticas, sin que por ello dejen de ser ficticias e imaginarias. En contraposi- ción a dicha práctica está la etimología científica. Como señala Baldinger, ésta, "basándose en todo un mecanismo de leyes foné- ticas y deducciones semánticas, trata de descubrir la verdad histórica con la mayor objetividad posible" (cf Baldinger 1986: 4). En tal sen- tido, existe una "complementariedad potencial entre la etimología y la gramática histórica", como observa uno de los más entusiastas y ardorosos praoticantes de la disciplina (cf Malkiel, op. cit., 20). Ahora bien, contrapuestas de esta manera la etimología popular y la científica (ver también nuestro epígrafe), creemos que hay lugar para caracterizar, como una categoría intermedia, cierta práctica eti- mologizante, que podríamos denominar libresca. A diferencia de la popular, por lo general anónima y espontánea, la etimología libresca Cerrón • Murúa y sus etimologías toponímicas 277 supone una actividad más elaborada y erudita, aunque adolezca del mismo defecto de aquélla: su enfoque estático, es decir al margen de la historia de la lengua, que uploads/Ingenierie_Lourd/ 9191-texto-del-articulo-36411-1-10-20140612-pdf.pdf
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