La misoginia medieval y la invención del amor en Occidente* Howard Bloch La mis
La misoginia medieval y la invención del amor en Occidente* Howard Bloch La misoginia medieval Génesis II 7. Entonces Yavé Dios formó al hombre con polvo de la tierra; luego sopló en sus narices un aliento de vida, y existió el hombre con aliento y vida. 18. Dijo Yavé Dios: “No es bueno que el hombre esté solo. Le daré, pues, un ser semejante a él para que lo ayude”. 19. Entonces Yavé Dios formó de la tierra a todos los animales del campo y todas las aves del cielo, y los llevó ante el hombre para que les pusiera nombre. Y el nombre de todo ser viviente había de ser el que el hombre le había dado. 20. El hombre puso nombre a todos los animales, a las aves del cielo y a las fieras salvajes. Pero no se encontró a ninguno que fuera a su altura y lo ayudara. 21. Entonces Yavé hizo caer en un profundo sueño al hombre y este se durmió. Le sacó una de sus costillas y rellenó el hueco con carne. 22. De la costilla que Yavé había sacado al hombre, formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces el hombre exclamó: 23. “Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta compartirá el nombre del hombre, porque de él ha sido extraída.” A veces pasa desapercibido en la historia del Génesis hasta qué punto la creación de la mujer está vinculada con un acto de habla fundacional u originario. Adán es descrito como el primero en hablar, el nomoteta; la mujer, o la necesidad de la mujer, su causa (para emplear el término medieval relacionado con tales determinaciones lingüísticas), parece emanar a su vez de la imposición de nombres.1 Esta mutua implicación se traduce incluso en el carácter concreto del lenguaje de la Creación: “Os ex ossibus meis, et caro de carne mea” (“Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne”, II, 23) y en el juego sobre el nombre mismo: “Haec vocabitur Virago, quoniam de viro sumpta est” (“Ella compartirá el nombre del hombre, porque de él ha sido extraída”). Los comentaristas medievales, que fueron conscientes de esta derivación de los nombres para indicar el género y que se sirvieron de ella para justificar la relación de derivación entre los géneros, dieron gran importancia al hebreo isha, derivado de ish, y del latín virago, derivado de virgo. Ciertamente, esta no es la única versión de la Creación contenida en el Génesis puesto que un pasaje anterior (la versión “sacerdotal”, I, 27) sugiere la creación simultánea y conjunta del hombre y la mujer reunidos bajo el nombre homo: “Et creavit Deus hominem ad imaginem suam; ad imaginem Dei creavit illum, masculum et feminam creavit eos” (“Y creó Dios al hombre a su imagen, y lo creó a imagen de Dios, y los creó hombre y mujer”). Sin embargo, la historia de la exégesis bíblica nos muestra que los comentaristas medievales (san Agustín, san Jerónimo, Filón de Alejandría) y de hecho la mayoría de los comentaristas hasta la época actual se han interesado principalmente por la versión “yaveísta” de la Creación y han concebido entonces la creación sucesiva de los géneros de una manera altamente jerarquizada. “Porque hay dos razas de hombres —escribe Filón (Colson y Whitaker, eds. y trads., 1929: 227)—, una creada a 1 Véanse Bloch (1989, cap. 1) y (1987). imagen (divina) y la otra formada del polvo… La ayuda se asocia con la segunda. Para empezar, la ayuda es también creada porque dice: ‘Démosle una ayuda’; y luego, es posterior a quien debe ser ayudado; ya que Él había formado antes la mente y entonces Él creará su ayuda”. Así como las palabras se consideran suplementos de las cosas que, según la tradición, aún no tienen nombre cuando son traídas frente a Adán, la mujer también es considerada como el suplemento del hombre, su “ayuda”. En este relato de la creación ad seriatim de los géneros, la mujer es, por definición, una derivación del hombre, es concebida desde el principio como secundaria. La prioridad de Adán implica toda una serie de relaciones fundamentales no solo para la teoría medieval de los signos, sino también para ciertas cuestiones ontológicas que hacen que parezca que la Caída, que se considera punto de partida y causa de la misoginia medieval, sea simplemente el cumplimiento o la conclusión lógica de lo que está implícito en la creación de Eva. Adán posee, en primer lugar, lo que los filósofos medievales llamaban la sustancia. Su naturaleza es esencial; posee el ser-la existencia. “Todo lo bueno viene de Dios —afirma san Agustín (Burleigh, ed., 1953: 169)—, por lo que no hay existencia natural que no provenga de Dios.” Eva, como subproducto de una parte de lo esencial, depende, desde el comienzo, de lo accidental, asociada con una multiplicidad de formas de degradación implícitas en su venida al mundo como devenir. Si Adán existe en su totalidad y Eva solo en parte, es porque participa de lo que se concibe como una unidad de ser original, mientras que ella es una consecuencia de la división y la diferencia. Lo que es otra forma de decir que Adán —y la resonancia platónica es por demás evidente— posee la forma, que es el equivalente de una idea, porque lo que posee unidad y existencia tiene también una forma. "Todas las cosas que existen dejarían de ser si se les quitara la forma, la forma inmutable por la cual todas las cosas inestables existen y cumplen sus funciones", sostiene san Agustín en una fórmula que aparece casi constantemente en el discurso de la misoginia (ibíd.: 163).2 Es decir que el hombre es la forma, o la mente, y la mujer —imagen degradada de la segunda naturaleza del hombre— queda relegada al dominio de la materia. En términos más adecuados a la tradición patrística, el hombre se asocia, durante todo el período considerado, con la mente o el alma, mientras que se supone que la mujer participa del cuerpo, la encarnación corporal, que es, por definición, el signo de la condición degradada del hombre.3 Nos gustaría sugerir que es imposible separar el concepto de mujer, tal como se formó en los primeros siglos de la cristiandad, de una metafísica que aborrecía la corporalidad, y que la naturaleza secundaria de la mujer es, por sobre todo, inseparable de la de todos los signos en relación con el significado, de toda representación. Como sostiene Filón de Alejandría, su venida al mundo es sinónimo no solo de la nominación de las cosas, sino también de una pérdida, en el lenguaje, de lo literal: 2 Es también un importante concepto en la tradición aristotélica, según la cual el hombre en la procreación provee la forma y la mujer la materia; véase en particular De la génération des animaux (Louis, ed., 1961: 3-5 y 39-43). 3 Para un discusión general sobre esta idea, véanse D’Alverny (1977: 105-129) y Walker Bynum (1986: 257- 288). “Entonces Jehová Dios hizo caer un sueño profundo sobre Adán, y tomó una de sus costillas” y lo que sigue (Génesis, II, 21). Estas palabras en su sentido literal son de la naturaleza del mito. ¿Cómo podría uno admitir que una mujer o que un ser cualquiera haya sido creado a partir de la costilla de un hombre? (Colson y Whitaker, eds. y trads., 1929: 237). Dado que la creación de la mujer es sinónimo de la creación de la metáfora, la relación entre Adán y Eva es la relación de lo literal y lo figurado, que siempre implica una derivación, un desvío, una desnaturalización, un viraje tropológico. La perversidad de Eva es, según tal pensamiento, la de lo lateral: desde el flanco de Adán, desde su latus, conserva el estatuto de translatio, de traducción, transferencia, metáfora, tropo, principio de la retórica vinculado a través de la Edad Media con la idea del adorno, o lo que Marcia Colish (1981) llama “la teología cosmética”. Los grandes escritores misóginos de los primeros siglos de la cristiandad (san Pablo, Tertuliano, Juan Crisóstomo, Cipriano, Novaciano, Ambrosio, Filón, Jerónimo) estaban obsesionados por la relación entre la mujer y el adorno; estaban fascinados por los velos, las joyas, el maquillaje, el peinado y la tintura, en resumen, todo lo relacionado con la cosmética. Esta obsesión es evidente incluso en los títulos de los tratados de Tertuliano: De virginibus velandis [Sobre el velo de las vírgenes], De pallio [Sobre el manto], De cultu feminarum [Sobre el adorno de las mujeres]. Para el apologista del siglo II, la mujer es una criatura que por naturaleza ambiciona el adorno por sobre todo: Tú eres la puerta del diablo; eres tú la que desató el árbol prohibido; eres tú la primera transgresora de la ley divina; eres tú la que persuadió a aquel a quien el diablo no tuvo el coraje de acercarse; eres tú la que ha estropeado al hombre, imagen de Dios. Es por tu castigo, la muerte, que incluso uploads/Litterature/ bloch-la-misoginia-medieval-y-la-invencion-del-amor-en-occidente.pdf
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- Publié le Sep 24, 2022
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