Ricardo Soca la fascinante historia de las palabras © © Soca, Ricardo La fascin

Ricardo Soca la fascinante historia de las palabras © © Soca, Ricardo La fascinante historia de las palabras. - 1a ed. - Buenos Aires : Interzona Editora, 2011. 224 p. ; 24x18 cm. ISBN 978-987-1180-74-5 1. Semántica. 2. Etimología. I. Título CDD 462 Fecha de catalogación: 31/05/2011 Ricardo Soca, 2011 interZona editora, 2011 Pasaje Rivarola 115 (1015) Buenos Aires, Argentina www.interzonaeditora.com info@interzonaeditora.com Diseño de maqueta: Gustavo J. Ibarra Diseño de tapa y composición: Hugo Pérez Foto de tapa: Shutterstock Corrección: Dra. Norma Tow Coordinación: Mariel Mambretti isbn 978-987-1180-74-5 Impreso en la Argentina. Printed in Argentina Libro de edición argentina Venta prohibida fuera de la República Argentina No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la trans­ misión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y es- crito del autor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446. 9 Prólogo e igual manera que en una vida –lo aprendemos con los años– caben muchas vidas, también en una palabra caben muchas palabras. Toda palabra, por mucho que hoy la usemos con la despreocupación que da lo cotidiano, arrastra consigo, en realidad, una historia milenaria de cambios, evoluciones y mutaciones; de aventuras y viajes; de odios y amores; de conquis- tas, luchas e invasiones; de contactos culturales e intercambios comerciales; de olvidos, desapariciones, y reapariciones. Como sucede con otros milagros cotidianos, la fuerza de la costumbre hace que muchos hablantes hayan perdido ya la capacidad de asombro y fascinación ante el milagro del lenguaje, que hoy ya sólo nos deslumbra, maravilla y embele- sa cuando, al comienzo de la vida, el bebé va adquiriendo, con esfuerzo y placer, las primeras palabras: mamá, papá, tete, agua, nene, no. Pero esta fascinación de los padres ante las primeras palabras de su hijo dura poco. En seguida nos deja- mos ganar por el tedio de la rutina, el encanto de lo nuevo se desvanece, y nadie se admira más de que ese mismo niño, luego adulto, siga adquiriendo de forma constante, y por millares, nuevos vocablos que le permiten expresar el mundo que percibe a su alrededor, los sentimientos que brotan en su interior, y las ideas y pensamientos que elabora. Un modo seguro de recuperar la fascinación por el lenguaje, más allá de los primeros balbuceos del bebé, es pedir a las palabras que nos hablen de su origen y de su historia. De eso trata este libro. Y digo que es modo seguro porque resul- ta imposible conocer la historia de las palabras y no amarlas. Buena prueba de ello es el propio Ricardo Soca. Basta echar un vistazo a sus notas etimológicas para advertir en este periodista uruguayo, carioca de adopción, a un enamorado de las palabras. A un filólogo, podríamos decir en puridad etimológica; pues las raíces griegas phyllos y logos nos demuestran que, antes de convertirse en los cargantes sabiondos rodeados de libracos polvorientos que hoy conocemos, los filólogos hubieron de ser logófilos empedernidos y hubieron de estar apasionada- mente enamorados de las palabras, amartelados con los vocablos, encelados con el idioma. Logófilos empedernidos serán asimismo, a ciencia cierta, buena parte 10 de los lectores atraídos por este libro. Y, lo que es más importante, logófilos llega- rán a ser –estoy convencido de ello–, muchos otros lectores que tal vez por mera curiosidad hayan tomado este libro del anaquel de la librería, pero que habrán de sentirse luego atrapados por la fascinante historia de las palabras. Y es que La fascinante historia de las palabras lo es de veras. Soca se vale de la etimología, disciplina que se ocupa del origen de las palabras, para llevarnos de viaje por tierras remotas –remotas en la distancia o en el tiempo– y presentarnos a grandes personajes de la historia o a figuras anónimas de todos los tiempos que, sin ellos ni nosotros sospecharlo, acuñaron las palabras que hoy emplea- mos y sentimos propias. Hojeando las páginas que siguen aprenderemos –o, en el caso de lo más eruditos, recordaremos– que el alcohol y la belladona guardan íntima relación con la historia de la cosmética y la belleza femenina; que nada menos que Pablo de Tarso, el apóstol de los gentiles, está en el origen mismo de la voz adefesio; que para los etruscos –y para nosotros con ellos–, los adivinos eran hombres divi- nos. Aprenderemos que el nombre del edredón, como su uso, nos vino de la fría Escandinavia, y, de modo parecido, el nombre del ajedrez, como el mismo juego, nos vino de la lejana India; la misma lejana India que nos ha dado también, más modernamente, palabras como champú o pijama. Conoceremos personajes insólitos: ¿quién fue esa princesa Berenice que prestó su nombre a nuestro barniz? ¿Sabías acaso, lector, que un instrumentista vienés bautizó al acordeón, un químico alemán a la aspirina, un economista fran- cés a la burocracia, un médico poeta italiano a la sífilis, y un navegante cartaginés al gorila? Descubriremos docenas de otras historias notabilísimas más que las palabras llevan consigo: Aristóteles, casi cuatro siglos antes de Cristo, usó ya el término católico; el nombre de la cerveza lo tomaron prestado los romanos de los galos; los copistas medievales usaron ya en sus escritos el signo @, que hoy nos parece tan moderno e internético; el armiño tomó su nombre de Armenia, pese a que, como es bien sabido, en Armenia no hay armiños; en la Grecia clásica, Anfitrión tuvo en su casa un invitado de lo más indeseable; la designación del tulipán procede no de Holanda, como cabría pensar, sino de Turquía; las Bahamas son en reali- dad las islas de la Bajamar; los duendes de Gonzalo de Berceo eran muy distintos de los nuestros; la hamburguesa, como su propio nombre bien claramente indica, no viene de los Estados Unidos. En el siglo xvii, los españoles llamaban corsarios a los filibusteros franceses y a los bucaneros ingleses, todos ellos piratas. Las afor- tunadas islas Canarias recibieron su nombre de un animal muy abundante en ellas, que no es el canario. Cuando hoy un niño se trabuca y dice, con su lengua 11 de trapo, murciégalo en lugar de murciélago, o crocodilo en lugar de cocodrilo, en realidad está llamando a estos animales por su verdadero y primitivo nombre. El estudio del origen de las palabras nos depara, asimismo, sorpresas de lo más curioso. Según la etimología, una televisión es lo mismo que un telescopio; los varones somos, por definición, inmunes a las crisis de histeria; los soldados de infantería no pueden hablar jamás; el trabajo es siempre una tortura, e igual da un zar ruso, que un káiser alemán o un césar romano. Desde el punto de vista etimológico, el hígado viene del higo, el rosario de la rosa, el salario de la sal, y el verdugo del color verde, sí, pero los coroneles, en cambio, nada tienen que ver con las coronas. Y las boticas, tan serias y farmacéuticas ellas, son, por su origen, primas hermanas no sólo de las borrachuelas bodegas, sino incluso de las finas y elegantes boutiques de moda. ¿Quién hubiese imaginado todo ello en este libro? Y así, medio millar de historias más. Con todo, Ricardo Soca no ha hecho más que empezar. La increíble riqueza de nuestra lengua –de todas las lenguas– ofrece un campo inmenso de trabajo para la labor curioso‑etimológica. Aventuro y deseo, pues, larga vida a La pala- bra del día en la internet, y, con ella, varios tomos recopilatorios más a modo de continuación de este que ahora, lector, sostienes en la mano. Curiosidades etimológicas, desde luego, no habrán de faltarle al autor para mantenerse ocupa- do durante los próximos años. A modo de botón de muestra, y para facilitarle la tarea, aquí va una sugerencia para iniciar el segundo tomo de La fascinante historia de las palabras: porque, vamos a ver, ¿no es acaso sorprendente que al material con que escriben niños y maestros en encerados y pizarras lo llamemos en España ‘tiza’ (que es palabra nahua –de origen puramente mejicano, pues–, pero que hoy nadie usa en Méjico), mientras que en Méjico lo llaman ‘gis’ (que es palabra de origen latino, muy anterior al nacimiento del español como lengua, pero que hoy nadie entiende en España)? Fernando A. Navarro Médico, traductor médico y etimólogo, autor del Diccionario crítico inglés español de medicina, Madrid, McGraw Hill, 2000 y de Parentescos insólitos del lenguaje, Madrid, Ediciones del Prado, 2002. 13 Prefacio esde que tengo memoria, las palabras y sus matices me han fascinado como un fenómeno mágico, objetos que aprendí a amar, disfrutar y acariciar. Creo que todavía no sabía leer cuando alguien me dijo que las palabras que usamos cada día nos acompañan en algunos casos desde hace miles de años. No sabía qué significaba «miles de años», pero recuerdo que esa idea me impresionó mucho, aunque me tomó algunos años entender cabalmente su sentido. Las palabras son música cargada uploads/Finance/ ricardo-soca-la-fascinante-historia-de-las-palabras.pdf

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  • Publié le Aoû 29, 2021
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