1 CARLOS A. DISANDRO ROMANIDAD y ROMANICIDAD: CUESTIÓN CONTROVERTIDA Vista late

1 CARLOS A. DISANDRO ROMANIDAD y ROMANICIDAD: CUESTIÓN CONTROVERTIDA Vista lateral del Ara Pacis augustea 1 Intento precisar los contornos de una problemática que en términos escuetos podría formularse así: la filiación histórico-lingüística de las lenguas romances, perseguida pacientemente desde comienzos del siglo XIX, ¿fundamenta una articulación correspondiente entre aquellos dos ámbitos histórico-cultura- les; o bien las que fueron reliquias de los romanos —según expresión de Lope de Vega— comportan una trama lingüística, cuya carga histórica ha cambiado de modo absoluto, y esto nos permite precisa- mente concebir la unidad románica de modo contrapuesto al latín? Y en ese caso ¿son las lenguas ro- mances testimonios vigentes de un parentesco lingüístico con el latín, o son más bien pruebas de un fenómeno de extinción, trasbordo y reasunción lingüística y constituyen por lo mismo signos de una innovación más profunda que el parentesco en el campo fenoménico? En primer lugar, precisemos algunos detalles en la relación semántica romanidad-romanicidad, lo que podría conllevar curiosamente no sólo una disyunción histórica, sino una profunda mutación signi- ficativa, que da por extinguido el parentesco. Quizá fuera necesario, en ciertos registros descriptivos y críticos, hablar de latinidad y romanicidad, lo que indicaría la inclusión-disyunción del sistema y man- tendría una nomenclatura más concreta. En efecto, en la tesitura de las ciencias filológicas, lingüísticas o literarias hablamos de lengua latina 1, literatura latina, filología latina, y no solemos condividir esas expresiones con el epíteto romana. No hablamos de “lengua romana”, y para ceñirlo todo en un solo motivo de comprobación poseemos desde los orígenes de la ciencia del lenguaje la obra de Varrón titu- lada de lingua latina 2. Es verdad. Convertiríamos entonces la primera formulación en latinidad-roma- nicidad, lo que modula ciertos matices en la confrontación histórica. 2 Sin embargo la expresión lingua romana es en los antiguos tan importante y frecuente como lingua latina, e incluso en el caso del mismo Varrón, el reatino parece anticipar una diestra referencia concep- tual que nos sirve de punto de apoyo 3. Por otra parte es verdad que debemos postular una tradición de lingua latina, pero no es menos cierto que en su historia concreta la tensión dialectal o la tensión urba- no-campesina halla en Roma, probablemente, el modelo lingüístico operativo por excelencia. Así en- tendemos entre muchos otros el giro ciceroniano more romano 4. Ahora bien, es Varrón justamente quien reabre los términos exactos en estos horizontes conceptua- les en su noción de latinitas, cuando forja la siguiente sentencia: latinitas est incorrupte loquendi observatio secundum Romanam línguam 5. La lingua romana adquiere así una categoría de norma res- pecto del pasado, en cuanto fase unificadora frente a otros dialectos, respecto de la expansión del latín fuera de su territorio ancestral, respecto del futuro, como norma histórico-pedagógica, diríamos 6. La expresión lingua romana comporta los caracteres específicamente “espirituales” que aunque ligados a un contexto histórico preciso e inconfundible, tienen la virtud de constituirlo como la íntima interacción de ingredientes dispares y complejos. La unidad semántica de ese espíritu es lingua romana, y el siste- ma lingüístico que la conlleva como la lumbre del sentido es latinitas 7. Finalmente no resulta claro si se puede hablar de un “hombre latino” en términos de una Geistes- geschichte 8. Pues Collart presenta el sesgo filológico de Varrón por contraposición al modelo griego y sus dialectos, y en esa suposición latinitas aparece como una singularidad lingüística (según Collart), 3 que previene sobre las consecuencias de tal condición histórica para la formulación de una ciencia gra- matical empírico-inductiva, y que al mismo tiempo advierte ciertos rasgos conceptuales diferentes. Pero Varrón distingue sin duda el sistema —latinitas— de la fuente semántico-lingüística e histórico-espiri- tual, secundum Romanam linguam. En sustancia, latinitas es el género lingüístico enfrentado al mismo tiempo al panorama dialectal itálico y al horizonte griego, en cuanto en éste la perduración de dialectos propone otros requisitos de la ciencia gramatical. Pero al mismo tiempo sería la coincidencia normativa entre sistema lingüístico y expresión histórica, ligada a un principio fundante que Varrón llama lingua romana. Es la lingua romana precisamente la que perime en la expansión y fragmentación del latín —por causas que se ex- hiben según diversas coyunturas críticas— mientras que el género latinitas promueve una especificidad de segundo grado diríamos, que es a su vez el principio fundante de la lingua romanica, de la romanicidad histórico-espiritual. La especificidad lingüística del homo romanicus define un territorio cuyo corte con la romanidad implica la muerte de la lingua romana, advenida en la historia lingüística del indoeuropeo como un fenómeno de fuerte confrontación, difícil de precisar pese a todas las investi- gaciones, teorías y reinterpretaciones. En ese horizonte incógnito, de una latinitas incoativa y lejana en el pasado itálico, se recela la más profunda diferencia con la historia de la lengua griega, y de esa diferencia (que no atañe precisamente al sistema ni a los contrafuertes examinados por Varrón y sus ilustres intérpretes contemporáneos) proceden sin duda otras no menos misteriosas en la historia del latín y de Roma: la ausencia o perención del dato o contexto mythico, la ausencia o perención de un troquel métrico que lo contenga y explaye, etc. Tales trasfondos se prolongan desde luego en la historia de la lengua de Roma 9, es decir en la sustancia espiritual del “hombre romano”, y se extinguen con la muerte de la lingua romana. ¿Qué relación podría haber entonces entre ésta y la sustancia espiritual del “hombre románico”? En la inserción específica dentro del género latinitas, perduran, trasiegan o mue- ren los centros significantes de la “romanidad”, y lo que entendemos por “romanicidad” es no sólo absolutamente diferente de aquélla sino un contexto nuevo, un nuevo Zeitgeist que explora de otro modo el viviente vínculo hombre-mundo. ¿Qué sentido tiene entonces el parentesco? Finalmente no es solución clarificadora la interposición de lo que llamamos “latín vulgar” o lengua vulgar como una suerte de intermediario entre la lingua romana y la historia de las lenguas romances 10. Sería irrelevante e insólito negar la existencia de esa categoría, latín vulgar; pero su postulación multí- voca posterga otras inferencias categóricas respecto de un curso lingüístico que debemos interpretar o como katábasis histórica, o como reasunción de un principio de interacción (hombre-mundo), cuyos resortes, estímulos o develaciones comportan una novedad histórica. El primer caso —la katábasis histórica— implica el desentrañamiento y perención del género y la especie (latinitas + lingua romana) y en ese contexto el esquema del “latín vulgar” nos clarifica la periferia o la corteza, pero no el fenóme- no profundo. En el segundo caso —reasunción innovada e innovante— la muerte de la especie (lingua romana) produce en el género lingüístico un retorno a sus tensiones dialectales de ancestros ya perimi- dos, y reubica la historia de las lenguas romances en otra perspectiva. No tengo motivos fundados, de caracteres apodícticos, para preferir una u otra interpretación, que sirven simplemente, en la ocasión de este resumen crítico, para repartir los capítulos de una cuestión compleja. Podría resultar probable ade- más que dadas las penumbras inherentes a todo conocimiento histórico —conocimiento acerca del Zeit- geist— debamos alternar hipótesis y datos contrastantes, en el marco de un despliegue que la Geistes- geschichte enfrenta como totalidad inescindible, siguiendo el rumbo de las confrontaciones lingüísticas. Pero si atendemos al complejo itinerario indoeuropeo, latín, lingua romana, lengua vulgar, lenguas ro- mances, castellano, tal vez tendríamos que inclinarnos por aceptar la noción de katábasis histórica, por la que la lengua cesa de ser revelación de los dioses y del mundo, cesa de ser develación del hombre, y por ende cesa de ser corporeidad histórica intermedia del logos o sensus o Sinn mundano, intramun- 4 dano, transmundano, para trocarse en sistema de signos correlativos, en sistema cerrado que se auto- destruye en la clausura constitutiva de su ritmo histórico 11. En ese supuesto, las lenguas romances se- rían un capítulo fundamental de la katábasis; la tensión romanidad-romanicidad, una energía latente pri- mero, explosiva después, finalmente devastadora y reordenadora del territorio del hombre, energía que debemos intuir por encima de los fragmentos descriptivos de una lingüística histórica. Y aquí la recons- trucción diacrónica o sincrónica es siempre un instrumento de reinterpretación global, nunca un hori- zonte conclusivo ni excluyente; las postulaciones más o menos atendibles y sus inferencias recapitulato- rias, una discriminación previa para otros pasos más entrañados en las misteriosas penumbras del latín; las precisiones en los tramos del fenómeno, un intento de construir el acceso a los penetrales del sentido lingüístico, que inhabita el mundo no por adición cuantitativa de fenómenos controlables por la investi- gación, sino por coherencia constitutiva del mundo; anterior al hombre y del cual el hombre es el proto- fenómeno absoluto. La velación de este proto-fenómeno se haría ostensible en la katábasis del latín. 2 En esta primera curva he seguido un ritmo de conceptualización generalizadora, cuyos riesgos no se me escapan. En ese ritmo empero pretendo, al mismo tiempo, rescatar un saber empírico, fundamento de una ciencia como la de Varrón y sus sucesores, y reabrir una problemática, uploads/Litterature/ disandro-romanidad-y-romanicidad.pdf

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